Mtro. Juan Luis H. González
Pablo Lemus ha llegado a la gubernatura de Jalisco en una posición inédita en su trayectoria política: gobernar sin una red de seguridad. A diferencia de su tiempo como alcalde de Guadalajara y Zapopan, donde siempre tuvo el respaldo de Enrique Alfaro y una estructura partidista consolidada, hoy enfrenta un escenario distinto. Es la primera vez que no tiene a quién recurrir en caso de turbulencias, y eso lo obliga a redefinir su estilo de liderazgo.
El factor más evidente de esta nueva realidad es la ausencia del exgobernador. Su retiro no es solo físico, sino político. Alfaro no dejó un aparato de poder que garantizara continuidad ni construyó un relevo lo suficientemente fuerte como para heredar el control de los grupos. Su salida ha dejado a Movimiento Ciudadano en Jalisco en una etapa de transición, donde las lealtades, los equilibrios y la estructura misma del partido están en redefinición.
En este contexto, algunos actores han buscado acercarse a Lemus desde una lógica institucional. El caso de Gerardo Quirino, alcalde de Tlajomulco, es un buen ejemplo. Su cercanía con el actual gobernador es natural y responde a la necesidad de coordinar esfuerzos más que a un viraje político. Como alcalde, a Quirino le conviene mantener una relación fluida con el Ejecutivo estatal, pues eso le permite gestionar mejor los recursos y proyectos para su municipio. No es una ruptura con el pasado ni una subordinación total al nuevo liderazgo, sino una postura funcional.
Sin embargo, hay otros actores para quienes la situación es distinta. Mirza Flores y Clemente Castañeda, por ejemplo, tienen un desafío mayor: garantizar que el equilibrio de fuerzas dentro de MC Jalisco no se rompa. A diferencia de los alcaldes, su rol no se limita a la relación con el gobernador, sino que deben velar por la cohesión de un partido que, guste o no, sigue sosteniéndose sobre una estructura construida bajo el liderazgo de Enrique Alfaro. Su reto es evitar que la transición de una era a otra se convierta en una fractura que termine debilitando la marca.
Aquí entra en juego una de las grandes interrogantes de la política: ¿qué tan frágil es un partido sin un liderazgo fuerte? Giovanni Sartori señalaba que los partidos políticos son esenciales para la estabilidad democrática, pero su eficacia depende de la solidez de sus liderazgos y estructuras. MC Jalisco ha sido, hasta ahora, un partido moldeado bajo una lógica caudillista, con Alfaro como su eje articulador. Sin él, la pregunta es si el partido podrá institucionalizarse o si entrará en un proceso de desarticulación.
A estas alturas, el gran desafío para Pablo Lemus será consolidar su propio espacio político sin Alfaro y sin una estructura partidista tan cohesionada como la que existía en el pasado. Aunque tiene la ventaja de estar en el poder, gobernar el estado es un reto distinto a administrar un municipio. Su liderazgo dependerá de su capacidad para construir alianzas, gestionar tensiones y, sobre todo, definir un proyecto político que trascienda su sexenio.
Como señalaba Norberto Bobbio, la política no es solo el arte de gobernar, sino también el arte de generar consensos. Lemus necesita más que solo administrar el estado; requiere cohesionar su propio partido y construir una narrativa política que lo respalde.
Así, la fragmentación dentro de MC y la falta de un liderazgo que una todas las piezas pueden abrir la puerta a nuevas configuraciones en el tablero político de Jalisco. La pregunta no es si habrá un reacomodo, sino quién logrará capitalizarlo mejor. En un escenario como el actual, donde la política se mueve con rapidez y las lealtades son volátiles, Lemus tiene el desafío de demostrar que puede sostener el poder sin depender de una figura tutelar.