Pablo Arredondo Ramírez
Ricardo Salinas Pliego es un multimillonario decadente. Construyó su fortuna como uno de los personajes más ricos del México contemporáneo gracias a dos fuentes: la herencia familiar (con todos los asegunes de conflictos involucrados) y los favores de varias administraciones del gobierno federal (esos a quien él llama los gobernícolas). Para conocer, aunque sea de manera parcial, su trayectoria “exitosa” empresarial vale la pena consultar la obra del periodista Mathieu Tourliere: La fórmula Salinas. Las redes del poder en México (Editorial Terracota, 2024). A reserva de revisitar en detalle el libro de Tourliere, quizá valga la pena extraer algunas de las estampas contenidas en tal obra que dan pistas sobre personaje en cuestión.
Pero antes es necesaria una acotación referida al título de estos pensamientos: ¿qué es la patanería? ¿quién pude ser señalado como patán? De acuerdo con el diccionario de la lengua española de la RAE, la patanería se asocia en su significado con lo grosero, lo rústico y la ignorancia. Por tanto, un patán es un sujeto rústico que exhibe su ignorancia en la manera de ser o actuar. En otras palabras, es un soez, villano, paleto o palurdo, por decir lo menos.
La historia de Salinas Pliego está marcada por una serie de eventos asociados al manejo turbio de los negocios, cuestión heredada de su padre y de su abuelo (personajes vinculados con las tendencias más extremas de la derecha en México). Sin ánimo de entrar en los detalles, baste citar a Tourliere cuando describe el oportunismo de los Salinas durante la gran crisis de 1982: “Al igual que Salinas y Rocha, Elektra se financiaba en dólares, y cuando sucedió la devaluación del peso, en 1982, la empresa se derrumbó…Ante esta situación, Hugo Salinas Rocha (abuelo de Ricardo Salinas Pliego) ideó un plan bribón: desde el más absoluto secreto, a espaldas incluso de los ejecutivos de Elektra, fraguó un proceso de suspensión de pagos…Una medida así permitiría a Elektra congelar el pago de sus deudas durante tres años, sin causar intereses, y a la par podría seguir cobrando los créditos y vendiendo sus productos de contado” (pp. 33-34) De manera torcida y con el apoyo del aparato judicial libró la crisis de aquellos años.
Tiempo después la coyuntura del proyecto neoliberal favoreció al joven empresario regiomontano: “El crecimiento de Elektra coincidió con el arranque del sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Y fue en su administración cuando Ricardo Salinas Pliego se convirtió en multimillonario, gracias a las alianzas muy provechosas con el círculo del presidente” (p.29) Fue, entonces, cuando con el beneplácito del gobierno federal y con el apoyo del hermano incómodo del presidente se apropió de las dos redes nacionales de televisión, entonces públicas, que devendrían en TV Azteca: “Desde la secrecía del mundo offshore, concretamente del paraíso bancario de Suiza, Raúl Salinas de Gortari trasfirió 29,041,640 dólares a otra cuenta bancaria de Suiza, la cual era una sociedad de papel de Ricardo Salinas Pliego instalada en Panamá, llamada Silver Star Exports, Inc. Este último utilizó el dinero para comprar Imevisión sin informar a nadie” (p.51)
Desde entonces, el empresario ya se inclinaba a una práctica que no ha abandonado hasta la fecha, hostigar y amenazara a periodistas críticos. Dice Touliere: “A la par que reconocía su relación con Raúl Salinas, Salinas Pliego lanzó una estrategia dura de manejo de daños: tan sólo en 1996, demandó a por lo menos quince periodistas por daño moral…” (p. 55).
Amante de la lealtad (¿) al caer en desgracia su socio secreto “Ricardo Salinas Pliego tomó distancia con el paria, hasta llegar al punto de no pagarle el préstamo” (p.56) Años después Raúl Salinas lo demandaría recurriendo a los servicios de un connotado despacho de abogados de la mafia neoliberal, Collado y Asociados.
La televisión como instrumento de poder.
El empresario “vio rápidamente a TV Azteca como un instrumento para premiar a sus aliados o para demoler sus adversarios…utilizó su televisora para enfrentarse directamente con actores políticos” (p.57) Piénsese en los ataques de la televisora al gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas a raíz del asesinato del locutor Paco Stanley. Y podría decirse que no sólo los enfrentaba, sino que los subordinaba. Un caso ejemplar de ello se dio con la toma por la fuerza de las instalaciones del canal 40, ante la mirada apacible y complaciente de Vicente Fox : “¿Y yo por qué?”.
Durante prácticamente tres décadas Salinas Pliego acumuló una serie de conflictos y querellas por fraude o manejos turbios de su emporio en crecimiento, tanto en México como en Estados Unidos, sin que las autoridades pusieran freno. Al contrario, al amparo de los gobernantes poderosos expandió su imperio de negocios, desde los servicios de telecomunicaciones hasta los bancarios: “En apenas tres años, con Vicente Fox en Los Pinos…había dado un paso gigante en el ámbito financiero: tenía un pie en el mundo del banco, de los seguros y de la gestión de los fondos de pensión; cobraba por el envío de remesas y los créditos le permitían sacar márgenes de la venta de sus productos…”
Y continúa: “El sexenio de Calderón fue prolífico para el empresario…Al concluir el mandato del panista, la revista (Forbes) calculaba su fortuna en 17,400 millones de dólares, y lo colocaba en el segundo lugar de los hombres más ricos de México” (p.120) El recuento de los jugosos negocios, y su lado oscuro, está detalladamente descrito en el profundo trabajo periodístico del Toruliere, en casi 350 páginas.
De pelito en pleito, el magnate ha tratado de hacer valer sus turbiedades al margen del estado de derecho: “Parte de la reputación sulfurosa del multimillonario –afirma Toruliere—viene de sus tácticas dilatorias en tribunales, donde contrata a despachos de abogados dispuestos a pisotear la ley para cargar la balanza a su favor”. Y tal ha sido su empeño que arrastra juicios (con la complicidad de jueces y magistrados) que le han permitido eludir sus obligaciones fiscales durante más de tres lustros.
Con la llegada de la 4T, Ricardo Salinas Pliego apostó a mantener la misma estrategia con AMLO que con sus antecesores: la lambisconería acompañada de amenazas veladas. Y alguien podría decir que casi lo logra. Sólo que obvió un “pequeño” detalle. El proyecto de López Obrador requeriría, para materializar sus objetivos de política social, recaudar los montos que se evadían de la tributación gracias a las influencias y el coyotaje de los capitales más grandes del país. Los impuestos fueron una piedra angular del Lopezobradorismo. Ahí, finalmente, se tropezó el marrullero y ambicioso empresario, propietario de la segunda televisora más importante de México.
Por eso, haciendo gala de la “fina” educación que lo caracteriza, no sólo mantuvo su estrategia de demandar a quienes se han atrevido a tocar con el pétalo de una rosa su impoluto prestigio, sino que recurriendo a las “benditas redes sociales”, ha externado con delicadas palabras su aprecio por el género femenino y por la labor periodística.
Tal vez esté llegando el tiempo en que sea necesario revisar a fondo la pertinencia de que ciertas empresas de comunicación que dependen de un recurso público como el espectro radioeléctrico, sobre todo las más influyentes, estén en manos de personajes y empresas de reputación probadamente negativa.
La torpeza del patán mediático abre una buena oportunidad para cambiar de rumbo y, al menos parcialmente, sacudirnos la telebasura con la que nos han bombardeado por décadas.