Pablo Arredondo Ramírez
Aunque sobra material para deducir la decadencia estadounidense a partir de las aberrantes conductas (digámosle perversas inclinaciones) de la oligarquía que controla la mayor potencia militar y económica del mundo, estas líneas no van de eso. Las prácticas pedófilas --y otro tipo de atentados contra los derechos humanos—del puñado de intereses que gobiernan actualmente en Washington con Donald Trump a la cabeza ameritan un tipo de análisis que abordaremos en otra ocasión.
De momento cabe hacerse una pregunta que está más asociada a lo que se conoce como los “factores estructurales” que subyacen a la decadencia de las grandes potencias en la historia. Una interrogante que concierne al destino del país del norte, a los gringos, e inevitablemente al nuestro en tanto miembro del mismo vecindario.
Entre la abundante literatura que se ha ocupado de este tema, (el de la decrepitud de los imperios y potencias en el mundo) me remito al conocido libro del historiador británico, Paul M. Kennedy, profesor en la Universidad de Yale: “Auge y caída de las grandes potencias” (editorial Debolsillo) publicado originalmente en 1987 (hace 38 años). Un texto que en su momento levantó significativas controversias en el mundo académico y que a la luz de la llegada de Donald Trump y sus allegados al poder vuelve a tomar renovados bríos.
Después de recorrer 500 años de la historia de occidente, y de analizar el destino de los grandes imperios o potencias que dominaron el globo a partir del año 1500, el profesor Kennedy buscó proporcionar una explicación de las causas que facilitaron el crecimiento de esas fuerzas dominantes en el mundo y las razones por las cuales con el tiempo fue imposible sostener sus respectivas hegemonías. Los casos de estudio que abordó recorren desde la España imperial (la de los Austrias en el Siglo XVI) hasta la “reciente” emergencia de los Estados Unidos (a partir de la primera guerra mundial y su consolidación desde 1945) pasando, entre otros, por el caso francés, el austrohúngaro y desde luego el inglés con su larga dominación decimonónica.
A través de más de mil páginas (que serían difíciles de condensar en unas cuantas líneas) el profesor Paul Kennedy escudriña en la historia para dar respuesta a dos cuestiones fundamentales: 1) ¿qué factores facilitaron el surgimiento de estas potencias? y 2) ¿qué elementos determinaron su paulatina pero irremediable decadencia? Respetando las diferencias históricas y estructurales de cada país estudiado el profeso Kennedy identifica una serie de factores explicativos para sustentar su tésis.
De acuerdo con ello, el auge de las grandes potencias está asociado a un significativo crecimiento económico de estas sociedades que va acompañado por una tendencia geopolítica expansiva, sostenida a su vez en un fortalecimiento de sus estrategias bélicas y en su aparato militar. En otras palabras: las potencias modernas han surgido a partir de la acumulación de capital y la expansión/dominación colonial. El origen de la riqueza acumulada se localizó originalmente en los procesos de extracción que produjeron las dinámicas de colonización en los siglos XV y XVI, aunque a partir del siglo XVIII tales dinámicas estuvieron acompañadas también por una creciente industrialización capitalista. Así pues, dominación colonial (apoyada por un aparato militar de magnitud) e industrialización fueron factores determinantes.
En todos los casos, las sociedades dominantes debieron sostener su expansión y crecimiento en unas fuerzas armadas imprescindibles. Un aparato que exigía recursos abundantes para su desarrollo y manutención; recursos no productivos para sostener la voracidad expansiva-colonialista de las potencias en cuestión.
No obstante, llegado un momento y ciertas circunstancias, las potencias debieron encarar dificultades estructurales de diversa naturaleza para sostener su preponderancia.
Dificultades que pueden resumirse en la siguiente hipótesis: el creciente costo de sostener el imperio y la dificultad de contar con una economía adecuada para ello, ponen en entredicho el poder de las potencias. En otras palabras, esa tensión entre dominación imperial y solvencia económica se resume en lo que Kennedy identifica como la “sobrecarga imperial”.
El costo de sostener el poder colonial o imperialista se convierte en una dificultad (sobrecarga) y surgen tensiones de fondo que ponen en duda la hegemonía de las potencias. Por ejemplo, en el caso español la decadencia tuvo como causas, entre otras, la incapacidad del aparato estatal para generar recursos fiscales, el constante involucramiento del estado español en conflictos militares y su escaso desarrollo industrial; los franceses, por su parte, debieron encarar una fuerte competencia de otras fuerzas imperiales (Inglaterra, Rusia, etc.) y una incapacidad para contar con recursos suficiente para sostener sus fuerzas armadas; Inglaterra, a su vez, debió pagar un alto costo colonial que se tradujo en una “sobrecarga imperial” de magnitud así como el crecimiento de otras potencias industriales con las que tuvieron que rivalizar, como Alemania y los mismos Estados Unidos.
En todas las potencias estudiadas el proceso de auge tanto como el de decadencia fue complejo, acompañado de tensiones y circunstancias muy específicas (por ejemplo, guerras que destruyeron poblaciones, industrias y otro tipo de infraestructuras o conflictos en las que no sólo los derrotados sino algunos vencedores salieron significativamente dañados). Por ello, no es válido simplificar e ignorar las condiciones impuestas por la historia específica en la vida de esos países.
Como sea, la conjetura que explicaría la decadencia de las potencias hegemónicas radica, de acuerdo con el profesor Kennedy, en un desfase entre las ambiciones de dominación globales (imperiales) y la capacidad económica para sostenerlas. En palabras del propio autor: “La historia demuestra que las grandes potencias caen no sólo por derrotas militares, sino por el desajuste prolongado entre sus compromisos estratégicos y su base económica”. Es un patrón que se repite a lo largo de la historia en los casos analizados por el historiador.
Frente a ello y a la luz de las realidades imperantes en los Estados Unidos en tiempos recientes (algunas de las cuales fueron abordadas hace casi cuatro décadas por Paul Kennedy) cabría preguntarse si se está prefigurando la decadencia de la mayor potencia que se consolidó tras la segunda guerra mundial. Es decir, si los síntomas del declive estadounidense son perceptibles, no sólo por sus contradicciones internas sino por la incapacidad para cargar con el peso de su hegemonía global. O si, por el contrario, la guerra de los aranceles emprendida por Trump contra el mundo (en donde Europa ya se rindió) resultará en una renovación del poder imperial que ahora se ve claramente amenazada por el empuje de China como potencia económica, por el ascenso de los BRICS como alternativa para el intercambio comercial y por las derrotas bélicas acumuladas por los Estados Unidos en las recientes décadas. ¿Patadas de ahogado del imperio, o estrategia de corrección bien calculada?
Y en el mismo sentido, preguntarnos si la suerte de nuestro país, tan anclado al destino económico gringo corre riesgos, de qué tipo, o si por el contrario la decadencia estadounidense nos abriría oportunidades hasta ahora no contempladas.
Motivo de próximos piensos.