...Pablo Arredondo Ramírez
Las comparaciones suelen ser “odiosas” tanto como ilustrativas. A casi un año (once meses) de asumir la presidencia de la República, Claudia Sheinbaum mantiene una apreciación incuestionable en ánimo de la opinión pública mexicana. Prácticamente todas las encuestas dignas de credibilidad le otorgan una aceptación que ronda el 70 por ciento. Es decir, siete de cada diez mexicanas y mexicanos dicen estar de acuerdo con la manera en que la mandataria está ejerciendo la administración y el poder federal, (véase por ejemplo los resultados de Mitofsky)
En el mismo sentido, casi 66 por ciento afirma que el país está en mejores condiciones que al inicio de la presente administración y la expectativa de 78 por ciento de los entrevistados es que el país estará aún mejor al concluir el sexenio de la morenista. Y aunque una considerable porción identifica a la inseguridad pública como el principal problema para los mexicanos, son relativamente pocos los que ven en la economía y (sorprendente) en la corrupción las dificultades más connotadas.
Encuestadoras con Enkroll arrojan resultados todavía más favorables para la presidenta Sheinbaum, con índices de aprobación del 80 por ciento y con una decreciente cantidad de opiniones desfavorables según lo publicado por esta empresa en los últimos días de julio del presente año. De igual manera, los entrevistados identifican a la inseguridad como el problema central que encara el gobierno federal, dejando atrás los asuntos relacionados con la economía y la corrupción. En tanto, es en el territorio de las políticas sociales en donde el reconocimiento para Sheinbaum es más notable, además de identificarla como una gobernante muy trabajadora, honesta, cumplida y cercana a la población. Como quien dice, una imagen envidiable y casi inmejorable para cualquier actor del escenario político.
En contraste, cruzando el río Bravo y el “muro de la ignominia”, al norte de nuestro país, el hombre que, siendo un delincuente, gobierna por segunda ocasión la mayor potencia militar del mundo parece no encontrar el reflejo de su abultado ego en el ánimo de la ciudadanía estadounidense.
El más reciente estudio (14 de agosto) de la organización Pew Research Center dibuja una creciente inconformidad con el millonario de bienes raíces que ha prometido hacer a los Estados Unidos “grande nuevamente”. Hasta el momento, lo que se sabe es que lo único que ha crecido desde que ocupa el sillón de la Casa Blanca es su fortuna personal.
De acuerdo con el Pew Research Center, “a seis meses de iniciado el segundo mandato de Donald Trump como presidente, las evaluaciones públicas sobre su mandato han crecido en sentido negativo”. Sólo 38 por ciento de los ciudadanos lo aprueba frente al 60 por ciento que lo desaprueba. Prácticamente dos tercios de los estadounidenses rechaza la política de tarifas (aranceles) impuesta por esa administración a los productos importados, en tanto que casi 50 por ciento está en desacuerdo con la “ley de ingresos y egresos” que favorece los recortes de impuestos para los ricos y castiga el gasto en programas sociales como la salud y la educación.
Más del 50 por ciento afirma que Trump ha hecho que el gobierno federal trabaje de manera menos eficiente. Irónicamente, aun entre quienes votaron por él, su tasa de aprobación se ha reducido en diez puntos en apenas seis meses. En tanto en el electorado en general el nivel de aprobación a descendido casi en la misma proporción.
En otros apartados, el señor que gusta encender conflictos para auto presentarse como la vía de solución, no sale nada bien librado: 70 por ciento de los estadounidenses opina que no es un modelo para seguir, 63 por ciento lo considera poco o nada honesto y la misma proporción se inclina por señalar que a Trump no le importan las necesidades de la gente ordinaria (el pueblo, pues). Eso, sí una alta proporción (68 por ciento) acepta que el presidente gringo se apega o es fiel a sus creencias (cínico sin rubores).
Siempre del lado negativo, un importante segmento de la opinión pública gringa se inclina por considerar poca o nula la habilidad del Trump para negociar los tratados comerciales con el resto del mundo (53 por ciento), para establecer una política migratoria adecuada (54 por ciento), para tomar decisiones correctas de política económica (55 por ciento), para mejorar la salud pública (61 por ciento) y para unir al país (69 por ciento).
Se trata de un mandatario que a seis meses de asumir el poder está reprobado en una gran cantidad de aspectos que conciernen al buen ejercicio del poder público. ¿Alguien podría explicarnos porqué los ciudadanos de la “América grandiosa” han votado como presidente a un sujeto con estas aberrantes características?
En tanto Claudia Sheinbaum no sólo ha logrado capotear las malas formas del vecino incomodo, sino que a pesar del triste papel de una oposición negacionista y entreguista (y ahora porril), ha podido sostener el ánimo y la autoestima de los millones de mexicanos que la ven como una opción para el desarrollo de un país que por décadas fue golpeado por la ineficiencia y la corrupción.