La derrota del PRI en las elecciones del año 2000y la llegada de Morena a la Presidencia marcaron un punto de inflexión en la historia política de México. Después de más de siete décadas de dominio ininterrumpido, el triunfo de Vicente Fox abrió paso a la alternancia y al pluralismo político. Sin embargo, un escenario hipotético en el que el PRI nunca perdiera la presidencia plantea consecuencias profundas en la estructura política, económica y social del país.
Durante su hegemonía, de 1929 a 2000, el PRI consolidó un sistema basado en el presidencialismo autoritario, el clientelismo y el control institucional. Si el partido hubiera conservado el poder más allá del 2000, es probable que México se hubiera mantenido como un régimen de partido dominante, con escasa competencia política y menor avance democrático.
Concentración política sin contrapesos
Sistema de partido hegemónico:La permanencia del PRI en la presidencia habría implicado la continuidad de un sistema político sin alternancia real. Las elecciones funcionarían más como un mecanismo de legitimación que como una vía auténtica de competencia. Organismos como el IFE, creado en 1990 y fortalecido en 1996, habrían carecido de independencia, y los partidos de oposición tendrían un papel testimonial.
Estancamiento de la oposición:La consolidación de fuerzas políticas como el PAN y el PRD podría haberse visto truncada. Sin la alternancia que permitió el acceso al poder de líderes opositores, es probable que figuras clave no hubieran alcanzado influencia nacional. Además, reformas electorales y de fiscalización habrían sido postergadas indefinidamente.
Centralismo reforzado: El modelo priista se caracterizó por un fuerte presidencialismo. La falta de alternancia habría perpetuado la subordinación de los gobernadores, congresos locales y municipios al Ejecutivo federal. Esto habría debilitado el federalismo y acentuado la concentración de decisiones en el centro del país.